Centro de Actualización e Innovación Educativa (CAIE)
I.E.S. Nº 2 "Mariano Acosta" Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Argentina

JACQUES DERRIDA: LA ESCRITURA, NÚCLEO FUNDAMENTAL DEL LENGUAJE.

2. Jacques Derrida: La escritura, núcleo fundamental del lenguaje
Prof. Ester Tuchsznaider

El concepto de la escritura como técnica al servicio del lenguaje y la exaltación del habla como núcleo originario y genuino del lenguaje corresponden a un largo y necesario momento del desarrollo del pensamiento, en el cual éste logró ocultar que el lenguaje no es sino una especie de la escritura. Ese período, que se ha extendido por tres mil años, coincide con el de la metafísica logocéntrica.
Un concepto más amplio de escritura inaugura la destrucción, la de-construcción, de todas las significaciones atadas a la de logos; en primer lugar, la de verdad. Esto es, de la idea de que entre el alma y el ser como presencia se da una traducción o significación natural; de la creencia en que el pensamiento se expresa directa y primariamente en la voz y de que las convenciones primeras son lenguaje hablado, lo que haría de la escritura un sistema de convenciones que fijan otras convenciones.
Así, la época del logos rebaja la escritura, pensada como mediación de mediación y caída en la exterioridad del sentido. A esta época pertenecería la diferencia entre significado y significante o, al menos, la extraña distancia de su ‘paralelismo’ y la exterioridad, por reducida que sea, del uno al otro.[1]
En efecto, la distinción significante-significado no es más que la transposición al plano lingüístico de la dualidad sensible-inteligible, materia-forma, trascendental-empírico, realidad-idealidad, categorías heredadas de la tradición metafísica occidental. Es esa metafísica la que ha de ser revisada, de-construida, para intentar un entendimiento genuino de la naturaleza del signo lingüístico y de cuál es el lugar de la escritura. Esa misma metafísica, con sus oposiciones, opera, en forma de supuesto, en el campo que los lingüistas y semiólogos creen propiamente científico. Esa metafísica, y el concepto de escritura como suplemento que ella propicia, están llegando a su fin. De ahí la ampliación actual de la comprensión del concepto de escritura: al entender la escritura fonética como máximo logro en relación con otros sistemas, culminación del desarrollo de registros más o menos imperfectos del logos, se produjo un angostamiento del campo y se propició, al mismo tiempo, una desestimación de la escritura. La diferencia entre significante y significado, cuyas raíces es posible hallar entre los estoicos, no puede ser sostenida por las ciencias del lenguaje sin aceptar, al tiempo, toda la metafísica con la que ella es coherente. “La cara inteligible del signo permanece dada vuelta hacia el lado del verbo y de la cara de Dios.”[2]Según Derrida, hay una solidaridad sistemática entre las nociones de divinidad y de signo: “El signo y la divinidad tienen el mismo lugar y el mismo momento de nacimiento.” El concepto de signo pertenece a la filosofía y está determinado por su historia. A la idea de signo le es inherente la de exterioridad del significante, porque a éste le precede un sentido constituido por el logos. El significado tiene una relación inmediata con el logos en general, y mediata con el significante.Esa tradición opone una escritura divina, inteligible, natural y universal, a la inscripción humana, artificiosa, laboriosa, sensible y finita. Interpreta el mundo todo como una escritura: la naturaleza es un libro escrito en caracteres matemáticos. Ese libro es la totalidad del significante, posible por la preexistencia de la totalidad del significado. La escritura natural, unida a la voz interior que es “presencia plena y veraz del habla divina”, es ley natural inscripta en el alma. “La exterioridad del significante es la exterioridad de la escritura en general y, más adelante, trataremos de mostrar que no hay signo lingüístico antes de la escritura. Sin esta exterioridad la idea de signo cae en ruinas.”[3]
Para la época a la que este concepto pertenece, la lectura y la escritura, la producción y la interpretación de los signos, el texto en general, son secundarios. Una verdad ya constituida los precede. El significado está en una relación inmediata con un logos finito o infinito, y sólo tiene una relación mediata con el significante. De ahí la exterioridad de la escritura.La Lingüística, modelo para las ciencias humanas, se ha dotado de cientificidad por su fundamento fonológico. Pero, como ciencia positiva, reposa en supuestos metafísicos, que no son otros que los de esa metafísica del logos. Así se explica que su objeto sea entendido como unidad inmediata y privilegiada que funda la significancia y el acto del lenguaje: la unidad del sonido y el sentido en la fonía. Frente a ella, la escritura es derivada. Si una Gramatología se constituyese, le debería estar subordinada. Y allí se deja ver la contradicción en la que la Lingüística está atrapada. En efecto, la subordinación de la Gramatología sólo se justifica si la escritura es mera representación del habla, lo cual sólo vale para un tipo de escritura, la fonética, la que, no sólo es la propia sino la que en esta tradición metafísica se exalta como sistema más perfecto de escritura, meta a la que se encaminaron todos los otros intentos históricos de desarrollo de sistemas de escritura. Y aún más: ni siquiera se está tomando como modelo la escritura fonética tal como de hecho ella funciona, porque, de hecho, ella nunca es íntegramente fonética. El fonetismo no es sino su ideal. No obstante, nada exige que la escritura sea esencialmente fonética. Y nunca ha existido una práctica de escritura que fuese puramente fiel al principio fonético: “Nunca ha existido una práctica que fuese puramente fiel a su principio.”[4]
Por tanto, “El sistema de la escritura en general no es exterior al sistema de la lengua en general.”[5]
Así como el concepto de lenguaje había sido extendido hasta designar la facultad general que explica la capacidad de sustituir algo por algo, es decir, la facultad de generar, organizar, emplear, reconocer y comprender signos de cualquier tipo (no sólo signos verbales), de la misma manera el concepto de escritura ha de ser expandido en su alcance hasta su postulación como modo fundamental del lenguaje. En efecto, el ámbito de aplicación de la noción de escritura, de huella o de grafema, entendida como elemento esencial, excede hoy el campo de los sistemas semióticos que se valen de la inscripción, sea ésta pictográfica, ideográfica o literal. No sólo la matemática teórica sino la cibernética y las ciencias humanas revelan que la escritura fonética es apenas un estadio, una manifestación de la escritura.En los últimos tiempos, todo lo que anteriormente se agrupaba bajo el nombre de lenguaje, empieza a resumirse bajo el nombre de escritura: “Todo sucede como si el concepto occidental de lenguaje (...) se mostrara actualmente como la apariencia o el disfraz de una escritura primera.” Desde su concepción como duplicación accidental del habla hasta la idea exaltada de una escritura fundamental, la historia del concepto es eco de las formas que asume la escritura y de su imbricación en la evolución del hombre.Por ende, “O bien la escritura nunca fue un simple suplemento, o bien es urgente construir una nueva lógica del ‘suplemento’.”[6]
El privilegio de la phoné ha dominado toda una época de la historia del mundo y de las ideas, y ha confinado la escritura en una función secundaria. La escritura ha sido entendida como técnica, como portavoz e intérprete de la palabra, mientras el lenguaje, en verdad una especie de la escritura, usurpó el papel principal, en una aventura que parece estar llegando a su fin y que coincide con la técnica y la metafísica logocéntrica. Durante esa época, la escritura es vista como exterioridad respecto del sentido, entendido éste como presencia. Por eso a veces la filosofía creyó poder eximirse de ella. Por eso, la astucia laboriosa de Rousseau para descalificar el interés que él mismo había acordado a la escritura en el Ensayo…:Tal es la situación de la escritura dentro de la historia de la metafísica: tema rebajado, lateralizado, reprimido, desplazado, pero que ejerce una presión permanente y obsesiva desde el lugar donde queda contenido. Se trata de raspar una escritura temida porque ella misma tacha la presencia de lo propio dentro del habla.[7]
Derrida dedica la segunda parte de su tratado De la gramatología (1967) al análisis de la forma que asume el logocentrismo en el pensamiento de Jean Jacques Rousseau. Su obra le parece ocupar un lugar singular en la historia del fonologismo abierta por Platón y culminada por la Enciclopedia de Hegel. Derrida señala a Rousseau como el único o el primero de los metafísicos en convertir en tema la escritura. El tema de la presencia, ya abordado en el Fedro y en De interpretacione, se renueva: es la presencia consigo del sujeto en la conciencia o en el sentimiento. En la certeza del cogito cartesiano, la evidencia era la presencia misma de la idea para el alma; todo signo le sería exterior y accesorio. “Hegel reapropia el signo sensible al movimiento de la Idea. Critica a Leibniz y realiza el elogio la escritura fonética en el horizonte de un logos absolutamente presente consigo... Pero ni Descartes ni Hegel se han enfrentado con el problema de la escritura.” [8]
Las tentativas del estilo de la característica leibniziana habían abierto una brecha en la seguridad logocéntrica y fue Rousseau quien las condenó en forma explícita precisamente porque parecían suspender la voz. “‘A través’ de esa condenación, puede leerse la reacción más enérgica que organiza en el siglo XVIII la defensa del fonologismo y de la metafísica logocéntrica. Entonces lo que amenaza es la escritura.” [9]
La amenaza no era aislada o accidental: era el momento del descubrimiento de las escrituras no europeas y de los progresos en las técnicas de desciframiento, en síntesis, de la posibilidad de la constitución de una ciencia general del lenguaje y de la escritura. La teoría rousseauniana de la escritura que se alza contra esa amenaza se inserta en la tradición logocéntrica e inspira todavía, y especialmente en Francia, el discurso dominante.
Pero, en verdad, el concepto de escritura excede e implica el de lenguaje. Así como antes se extendió el término ‘lenguaje’ para nombrar con él otras instancias de la cultura, así hoy se empieza a entender que escritura es mucho más que la inscripción literal, pictográfica o ideográfica: es la totalidad de lo que la hace posible, es...todo aquello que pueda dar lugar a una inscripción en general, sea o no literal e inclusive si lo que ella distribuye en el espacio es extraño al orden de la voz: cinematografía, coreografía, por cierto, pero también ‘escritura’ pictórica, musical, escultórica, etc...También es en este sentido que el biólogo habla hoy de escritura y de pro-grama a propósito de los procesos más elementales de la información en la célula viva. En fin,...todo el campo cubierto por el programa cibernético será un campo de escritura. [10]
La descentralización del habla y de la escritura que le está subordinada está preanunciada desde el mismo territorio de la ciencia, donde la escritura de la matemática teórica niega, desde el interior del lenguaje científico, el ideal de la escritura fonética y toda su metafísica implícita. La ciencia, cuya idea nació en una cierta época de la escritura, que está ligada a la aventura de la escritura fonética y que tiene en ella la condición de posibilidad de sus objetos ideales, no ha dado lugar a una gramatología, que habría de ser la ciencia de la posibilidad de la ciencia: una ciencia que ya no tendría la forma de una lógica sino de una gramática. En cambio, la ciencia ha desarrollado la moderna lingüística, de orientación deliberadamente fonológica, que deja para el gramatólogo el registro anecdótico del devenir de los tipos de escritura desde un enfoque de historiador o de arqueólogo. El lingüista desconfía de la escritura y lo hace porque ha erigido en modelo a la escritura fonética, que nunca ha sido tan perfecta ni tan ‘inteligente’ como se pretende: “...pueden señalarse fenómenos masivos en la escritura matemática o en la puntuación, en el espaciamiento en general, que son difíciles de considerar como simples accesorios de la escritura”.[11]
Finalizando su análisis del pensamiento de Saussure, afirma Derrida:Es necesario pensar ahora que la escritura es, al mismo tiempo, más externa al habla, no siendo su ‘imagen’ o su ‘símbolo’, y más interna al habla, que en sí misma ya es una escritura. Antes de estar ligada a la incisión, al grabado, al dibujo, o a la letra, a un significante que en general remitiría a un significante significado por él, el concepto de grafía implica, como la posibilidad común a todos los sistemas de significación, la instancia de la huella instituida. [12]
Esa huella instituida es inmotivada, ‘arbitraria’ dice Saussure, pero que no tenga un vínculo natural con aquello que significa no implica la ausencia de vínculo. Derrida señala que la huella es siempre devenida y que Peirce ha logrado compatibilizar lo arbitrario del signo y su enraizamiento en un orden de significación anterior y ligado. Ese enraizamiento no remite a una presencia sino que remite de un signo a otro signo:Ningún suelo de no-significación –ya sea que se lo entienda como insignificancia o como intuición de una verdad presente- se extiende , para fundarlo, bajo el juego y el devenir de los signos. La semiótica ya no depende de la Lógica. La Lógica, según Peirce sólo es una semiótica. [13]
Lo que inaugura el movimiento de la significación es lo que hace imposible su interrupción. La cosa misma es un signo.[14]
La gramatología que Derrida sueña cubriría entonces todo el campo, incluiría a la lingüística y reemplazaría a la semiología propuesta por Saussure en el Curso. Se daría así a la teoría de la escritura la envergadura necesaria contra la represión logocéntrica y la subordinación a la lingüística, y se liberaría de esta manera a la semiología de la tiranía del signo lingüístico, erigido como estaba, en signo-maestro, ejemplar, modelo rector, ‘patrón’ general de toda la semiología. Derrida reacciona ante el extremo a que Barthes ha llevado la propuesta saussuriana e invierte totalmente los términos. Mientras Saussure había reconocido que la lengua es un sistema particular de signos y había ubicado la lingüística como disciplina privilegiada pero integrante de la Semiología, Barthes realiza-según Derrida- la más profunda intención del Curso: concibe la semiología como una parte de la lingüística. El extremo hace explícitos todos sus supuestos metafísicos y engendra su opuesto. Hjemslev, recordando las palabras de Bertrand Russell acerca de que no tenemos medios para decidir si la forma de expresión más antigua fue el habla o la escritura, había iniciado ya un camino similar al reconocer la especificidad de la escritura e inaugurar el campo de investigación que denomina ‘glosemática’.La gramatología como ciencia debería responder a los problemas del origen y de la esencia de la escritura. Para determinar cuál es el origen, es menester establecer primero qué es la escritura. Una teoría de la escritura debe ser la base de una historia de la escritura, pero, de hecho, la investigación científica tomó primero y más sólidamente la forma de una historia. Las técnicas de desciframiento, la discusión sobre la naturaleza fonética o no fonética de sistemas diferentes al alfabético, la interpretación del mito como escritura originaria, la linealidad, el espaciamiento, la posibilidad de una retórica gráfica, son algunos de los problemas que esta ciencia debe investigar.

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